Por: Daniela Esquivel
Directora, escritora, profesora-México.
Ángel camina sin tapujos, no tiene porqué.
Para que cubrir lo que tiene que ser compartido. De negarlo será un egoísmo altanero.
En un íntimo acto de generosidad, se funden la palabra y el ejecutante para traer al mundo en un necesario parto teatral, la voz de Ángel.
De manera sutil y cortejándonos el hombre-manos aparece tras una ventana que se abre para invitarnos al sitio voyeur.
¿hay otro para acercarse al teatro?
Es el cotidiano de la vida, ¿y no lo reconocemos?
Ángel se desnuda frente a sus espectadores.
No se tapa el alma. Cuenta sus incendios y cómo los apaga, cuándo surgieron y para dónde calzó sus pies después de ellos.
Actor y personaje se fusionan maravillosamente y se revientan el uno al otro sin respetos hipócritas. En franca y descarnada acción el verbo fluye contando la historia del hombre hembra de la mujer macho de la fusión de géneros, que condensa magia. La magia de la dualidad.
No es hombre y no es mujer y es todo lo contrario.
Ángel varón nos muestra su fémina historia. Las pisadas en la arena de sus más recónditas playas.
Su madre, sus vínculos.
Sus anhelos…surge la danza.
Y además ama el teatro.
Seguimos recreándonos en el espiral del metateatro y la metavida.
Ángel Ofelia, Ángel Medea, Ángel Julieta…
Las niñas del teatro y ella, la niña para el teatro.
Sus dolores se bailaran al ritmo de una sambita…¿alguien quiere bailar? El que no baile se volverá de sal.
Las penas con pan son menos, a las penas se las lleva la danza….dancemos…
angelicalmente
dancemos…
que esta vida es de pendientes y cañones…
nada es tan terrible si se vive intensamente y se asume uno, se asume una… y Ángel, estacionado unos momentos…nos lo recuerda.
Excelente respiro para hacer antesala a que la reflexión de lo que somos nos lleve a la siguiente estación……….